Zizagueando voy drenando e inundando los cursos de agua entre el oeste y este del norte de Suramérica.

Mi cuerpo es casi tan largo como la costa de Ecuador y por él fluyen 31.000m³ de agua cada segundo, lo que sería equivalente a estar en un peaje viendo pasar 400 tractomulas cada segundo. Además, soy tan grande que con mis movimientos impacto casi un millón de km².

Hace 23 millones de años, durante el Mioceno temprano, ondulaba de una forma diferente, atraía los cursos de agua de toda la cordillera central y de las sierras guayanesas, con una dirección sur-norte del continente.

Los ríos de la cordillera mantienen su curso determinado por las montañas y cargados de tantos sedimentos y nutrientes que sus aguas se tornan blancas.

A diferencia del caos del occidente, desde el oriente el agua llega con lentitud y calma. Las aguas que nacen del Escudo Guayanés, la forma terrestre más vieja del planeta, van bajando por escalones entre planicies.

Con tanto espacio, estos ríos tienen más libertad para desbordarse en sus orillas, y poco a poco van llegando a mi, sin mucho arrastre de nutrientes y sedimentos, lo que torna sus aguas negras.

Las pequeñas y grandes serpientes de agua que nacen en las montañas y en las planicies han moldeado, moldean y seguirán moldeando el paisaje y sus habitantes. Desde hace muchos años y por muchos más, expertos en ecosistemas acuáticos me han estudiado y me seguirán estudiando.

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El flujo de los pobladores

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